De la Representación a la Acción
- por Clemente Padín -
En esta nota se incluyen textos que cubren casi toda la información sobre el Arte Inobjetal, inicialmente presentado como una propuesta para una “poesía sin objetos”, un poesía que se expresara únicamente a través del lenguaje de la acción. En primer lugar la nota El Lenguaje de la Acción (publicada en mayo de 1875 en la revista Abertura Cultural, Río de Janeiro, Brasil), luego los manifiestos 1, 2, 3 y 4, difundidos vía postal hacia 1971 y la autocrítica a la propuesta que le mereció al autor, extraída de la parte final del libro De la Representation a l´Action, todos de Clemente Padín. Por último, fragmentos de artículos de Neide Dias de Sá y N. N. Argañaraz.
EL LENGUAJE DE LA ACCION
La obra depende del acto del creador-consumidor. La obra existe en tanto se crea-consume. Una vez creada y consumida, desaparece. La obra es el acto.
Los lenguajes se valen de signos para sustituir objetos del mundo exterior para expresar y comunicar mensajes. Ya no se muestra un árbol, se dice "ese árbol". La representación del árbol mediante un signo que acústicamente suene así y que por convención social designa un objeto con determinadas características que lo diferencian de otros objetos que, a su vez, cuentan con otros signos para ser designados fue factor de progreso al favorecer las relaciones de producción. Los lenguajes de representación al valerse de signos que no son los objetos mismos sólo puede actuar, inmediata o directamente sobre las propias representaciones. La influencia de los lenguajes sobre la realidad se efectúa a posteriori, al propiciar conductas mediante la sugestión, las órdenes, las solicitudes, etc. Ahí termina el "poder de la palabra" como suelen decir los poetas: quien actúa definitivamente es el hombre y no el lenguaje representativo.
El futurismo, el dadaísmo, el cubismo, el surrealismo, etc. Son corrientes artísticas que se valen de lenguajes de representación -hablar, escribir, pintar, recitar, cantar o cualquier otra técnica conocida- son, en los hechos, actos pero actos cuya índole determinante es la emisión de representaciones y no la emisión de un mensaje mediante una acción.
Cada lenguaje su propio sistema de decodificación (la lectura) y tal mecanismo no cambiará aunque se altere, hasta lo inverosímil, los canales o bases sobre las cuales fluye la información estética, sean páginas, afiches, telas, postales, paredes, discos, el cuerpo humano, etc. Tampoco se alteran esos mecanismos de lectura y/o escritura aunque se modifiquen, también hasta lo inverosímil, los instrumentos utilizados para escribir, sean lápices, pinceles, hachas, aviones o las substancias empleadas en la técnica de la escritura: carbones, óleos, tintas, emulsiones, barro, ceniza, etc. Todas las combinaciones son posibles con los lenguajes de representación, como en el fútbol, pero la mecánica de tales lenguajes no puede ser alterada sin destruirlos creando otras nuevas, es decir, se puede jugar al fútbol de muchas maneras, con pelotas de trapo o de goma, en un campo o en un patio, con arcos de madera o de fibra pero si, p.e., se modifica la regla que prohibe tocar la pelota con las manos se está creando otro deporte. A veces, en el arte moderno, basta hacer alguna pequeña modificación para crear nuevas corrientes artísticas como, por ejemplo, aplicar los avances científicos que alteran los canales -la fotografía, el cine, la computación, etc.- o radicalizando los supuestos teóricos de cierta codificación como, p.e., el pasaje del cubismo analítico al cubismo sintético, y de éste al abstraccionismo, etc.; o aplicar las nuevas codificaciones descubiertas en un determinado lenguaje a otro, como en el caso de la transposición de las unidades significativas plásticas a la literatura, etc., etc.
El otro término de la contradicción está constituido por el lenguaje de la acción, sobre el cual poco conocemos hoy día. Se supone que el signo del lenguaje de la acción actúa, al contrario de los signos de los lenguajes de representación, inmediata y directamente sobre la realidad. No sólo expresa mensajes, como los demás lenguajes, al sustituir elementos del mundo exterior por signo-actos de inmediata convencionalización sino que, también, el propio acto-signo realiza aquello que expresa al mismo tiempo que realiza el acto.
Para favorecer el análisis, dividamos el signo de la acción y veamos cómo actúan sus elementos. Por un lado, a nivel de significante, obra sobre la realidad y, por el otro, a nivel de significado, obra ideológicamente. Un pequeño ejemplo: el gobierno uruguayo decidió demoler, en octubre de 2973, dos viejas estructuras de cemento que, anteriormente, habían sido levantadas para la construcción de un aerocarril y que, por razones técnicas, nunca pudo ser ejecutado.
El signo-acto, a nivel de significante, obró sobre la realidad con la efectiva y real demolición de las estructuras de cemento y, a nivel de significado, con la idea que despertó en la opinión pública de que el gobierno "demolerá todas las viejas estructuras que no le sirvan al país". Este ejemplo sirve también para mostrar de qué modo es posible valerse de los signos -de cualquier lenguaje- para disfrazar la realidad bajo un manto de señales, representaciones o signos-acto. A cualquier lenguaje se le puede forzar a decir lo que se desee y la veracidad de lo expuesto se impone por la autoridad del emitente u otras formas de deformación informacional. Así, es posible observar que determinado sistema de comunicación puede expresar algo mediante un lenguaje y desmentirlo mediante otro: son los desajustes inadvertidos entre teoría y práctica que acostumbran tener los movimientos artísticos o los conscientes y calculados cuando se trata de propaganda o publicidad. La información, cualquiera sea su naturaleza, es el fruto de la actividad productiva de las comunidades y, al mismo tiempo, es un factor que facilita esa misma actividad, esto es, la información estética puede favorecer el desarrollo de las fuerzas productivas o entorpecerlo (de ahí la gran preocupación de los Estados opresores por controlar todos los medios de comunicación, como en el caso).
Si es cierto que en toda estructura social existen tres niveles -económico, jurídico-político e ideológico- es evidente que el artista opera en el último pero, como la imbricación de los niveles es estrecha e interinfluyente, es claro que cualquier cambio en el nivel ideológico actuará sobre los demás niveles y viceversa; esto equivale a decir que los signos de cualquiera de los lenguajes existentes son tan importantes como cualquier otro instrumento en el propósito de alterar el nivel determinante de cualquier sistema.
Hoy en día, a muchos artistas les interesa un arte que altere la realidad indeseada y no un arte que apenas les permita expresar, sea verbal o plásticamente, comportamental o conceptualísticamente, ese deseo (no confundir el lenguaje de la acción con el lenguaje gestual, cuyos signos están ya convencionalizados socialmente y representan actitudes: llevar flores a la cónyuge, ceder el asiento a las damas, etc.). La información estética que el artista trasmite enriquece el repertorio del receptor posibilitando mayores niveles de comprensión de la realidad y, en consecuencia, amplía sus posibilidades de actuar convenientemente sobre la realidad, pero no es la obra la que altera la realidad sino quien la consume -el espectador, el oyente, el participante, etc.; en cambio, mediante el lenguaje de la acción, el artista no solo se vale del mecanismo habitual de procesamiento de la información estética, según las normas tradicionales -actuar, exclusivamente, a nivel ideológico- sino que, también a su vez, la obra puede actuar directamente sobre la realidad.
El fundamento de la actividad artística de vanguardia es la imprevisibilidad de la información estética y eso se logra alterando los códigos o modelos combinatorios de signos y cambiándolos por otros, inéditos, es decir, dejando de lado las características ya dadas en arte, reubicando los signos en discursos o textos que remueven el quietismo y la entropía propios del arte conocido y digerido; favoreciendo nuevas relaciones y conocimientos de la realidad que permitan nuevos modelos de comportamiento. Una adecuada relación con el entorno, creando nuevas codificaciones de lenguajes conocidos o creando otros, de eso se trata.
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- por Clemente Padín -
En esta nota se incluyen textos que cubren casi toda la información sobre el Arte Inobjetal, inicialmente presentado como una propuesta para una “poesía sin objetos”, un poesía que se expresara únicamente a través del lenguaje de la acción. En primer lugar la nota El Lenguaje de la Acción (publicada en mayo de 1875 en la revista Abertura Cultural, Río de Janeiro, Brasil), luego los manifiestos 1, 2, 3 y 4, difundidos vía postal hacia 1971 y la autocrítica a la propuesta que le mereció al autor, extraída de la parte final del libro De la Representation a l´Action, todos de Clemente Padín. Por último, fragmentos de artículos de Neide Dias de Sá y N. N. Argañaraz.
EL LENGUAJE DE LA ACCION
La obra depende del acto del creador-consumidor. La obra existe en tanto se crea-consume. Una vez creada y consumida, desaparece. La obra es el acto.
Los lenguajes se valen de signos para sustituir objetos del mundo exterior para expresar y comunicar mensajes. Ya no se muestra un árbol, se dice "ese árbol". La representación del árbol mediante un signo que acústicamente suene así y que por convención social designa un objeto con determinadas características que lo diferencian de otros objetos que, a su vez, cuentan con otros signos para ser designados fue factor de progreso al favorecer las relaciones de producción. Los lenguajes de representación al valerse de signos que no son los objetos mismos sólo puede actuar, inmediata o directamente sobre las propias representaciones. La influencia de los lenguajes sobre la realidad se efectúa a posteriori, al propiciar conductas mediante la sugestión, las órdenes, las solicitudes, etc. Ahí termina el "poder de la palabra" como suelen decir los poetas: quien actúa definitivamente es el hombre y no el lenguaje representativo.
El futurismo, el dadaísmo, el cubismo, el surrealismo, etc. Son corrientes artísticas que se valen de lenguajes de representación -hablar, escribir, pintar, recitar, cantar o cualquier otra técnica conocida- son, en los hechos, actos pero actos cuya índole determinante es la emisión de representaciones y no la emisión de un mensaje mediante una acción.
Cada lenguaje su propio sistema de decodificación (la lectura) y tal mecanismo no cambiará aunque se altere, hasta lo inverosímil, los canales o bases sobre las cuales fluye la información estética, sean páginas, afiches, telas, postales, paredes, discos, el cuerpo humano, etc. Tampoco se alteran esos mecanismos de lectura y/o escritura aunque se modifiquen, también hasta lo inverosímil, los instrumentos utilizados para escribir, sean lápices, pinceles, hachas, aviones o las substancias empleadas en la técnica de la escritura: carbones, óleos, tintas, emulsiones, barro, ceniza, etc. Todas las combinaciones son posibles con los lenguajes de representación, como en el fútbol, pero la mecánica de tales lenguajes no puede ser alterada sin destruirlos creando otras nuevas, es decir, se puede jugar al fútbol de muchas maneras, con pelotas de trapo o de goma, en un campo o en un patio, con arcos de madera o de fibra pero si, p.e., se modifica la regla que prohibe tocar la pelota con las manos se está creando otro deporte. A veces, en el arte moderno, basta hacer alguna pequeña modificación para crear nuevas corrientes artísticas como, por ejemplo, aplicar los avances científicos que alteran los canales -la fotografía, el cine, la computación, etc.- o radicalizando los supuestos teóricos de cierta codificación como, p.e., el pasaje del cubismo analítico al cubismo sintético, y de éste al abstraccionismo, etc.; o aplicar las nuevas codificaciones descubiertas en un determinado lenguaje a otro, como en el caso de la transposición de las unidades significativas plásticas a la literatura, etc., etc.
El otro término de la contradicción está constituido por el lenguaje de la acción, sobre el cual poco conocemos hoy día. Se supone que el signo del lenguaje de la acción actúa, al contrario de los signos de los lenguajes de representación, inmediata y directamente sobre la realidad. No sólo expresa mensajes, como los demás lenguajes, al sustituir elementos del mundo exterior por signo-actos de inmediata convencionalización sino que, también, el propio acto-signo realiza aquello que expresa al mismo tiempo que realiza el acto.
Para favorecer el análisis, dividamos el signo de la acción y veamos cómo actúan sus elementos. Por un lado, a nivel de significante, obra sobre la realidad y, por el otro, a nivel de significado, obra ideológicamente. Un pequeño ejemplo: el gobierno uruguayo decidió demoler, en octubre de 2973, dos viejas estructuras de cemento que, anteriormente, habían sido levantadas para la construcción de un aerocarril y que, por razones técnicas, nunca pudo ser ejecutado.
El signo-acto, a nivel de significante, obró sobre la realidad con la efectiva y real demolición de las estructuras de cemento y, a nivel de significado, con la idea que despertó en la opinión pública de que el gobierno "demolerá todas las viejas estructuras que no le sirvan al país". Este ejemplo sirve también para mostrar de qué modo es posible valerse de los signos -de cualquier lenguaje- para disfrazar la realidad bajo un manto de señales, representaciones o signos-acto. A cualquier lenguaje se le puede forzar a decir lo que se desee y la veracidad de lo expuesto se impone por la autoridad del emitente u otras formas de deformación informacional. Así, es posible observar que determinado sistema de comunicación puede expresar algo mediante un lenguaje y desmentirlo mediante otro: son los desajustes inadvertidos entre teoría y práctica que acostumbran tener los movimientos artísticos o los conscientes y calculados cuando se trata de propaganda o publicidad. La información, cualquiera sea su naturaleza, es el fruto de la actividad productiva de las comunidades y, al mismo tiempo, es un factor que facilita esa misma actividad, esto es, la información estética puede favorecer el desarrollo de las fuerzas productivas o entorpecerlo (de ahí la gran preocupación de los Estados opresores por controlar todos los medios de comunicación, como en el caso).
Si es cierto que en toda estructura social existen tres niveles -económico, jurídico-político e ideológico- es evidente que el artista opera en el último pero, como la imbricación de los niveles es estrecha e interinfluyente, es claro que cualquier cambio en el nivel ideológico actuará sobre los demás niveles y viceversa; esto equivale a decir que los signos de cualquiera de los lenguajes existentes son tan importantes como cualquier otro instrumento en el propósito de alterar el nivel determinante de cualquier sistema.
Hoy en día, a muchos artistas les interesa un arte que altere la realidad indeseada y no un arte que apenas les permita expresar, sea verbal o plásticamente, comportamental o conceptualísticamente, ese deseo (no confundir el lenguaje de la acción con el lenguaje gestual, cuyos signos están ya convencionalizados socialmente y representan actitudes: llevar flores a la cónyuge, ceder el asiento a las damas, etc.). La información estética que el artista trasmite enriquece el repertorio del receptor posibilitando mayores niveles de comprensión de la realidad y, en consecuencia, amplía sus posibilidades de actuar convenientemente sobre la realidad, pero no es la obra la que altera la realidad sino quien la consume -el espectador, el oyente, el participante, etc.; en cambio, mediante el lenguaje de la acción, el artista no solo se vale del mecanismo habitual de procesamiento de la información estética, según las normas tradicionales -actuar, exclusivamente, a nivel ideológico- sino que, también a su vez, la obra puede actuar directamente sobre la realidad.
El fundamento de la actividad artística de vanguardia es la imprevisibilidad de la información estética y eso se logra alterando los códigos o modelos combinatorios de signos y cambiándolos por otros, inéditos, es decir, dejando de lado las características ya dadas en arte, reubicando los signos en discursos o textos que remueven el quietismo y la entropía propios del arte conocido y digerido; favoreciendo nuevas relaciones y conocimientos de la realidad que permitan nuevos modelos de comportamiento. Una adecuada relación con el entorno, creando nuevas codificaciones de lenguajes conocidos o creando otros, de eso se trata.
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